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La prospección arqueológica de superficie: 1. Planificación

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Antes de salir al campo, hay que preparar la prospección. Se evalúan las características de la zona de estudio, se seleccionan las áreas a prospectar (casi nunca se inspecciona todo) y se establecen los protocolos de trabajo.

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Es fundamental salir con un conocimiento detallado del área de estudio, tanto arqueológico como general.

 

A nivel arqueológico, hay que revisar el conocimiento previo, tanto los inventarios y cartas arqueológicas gestionados por la administración competente como los trabajos publicados por otros investigadores. También es muy útil realizar un estudio de teledetección, para la detección de posibles elementos arqueológicos.

A nivel general, es necesario conocer, a través del examen de la cartografía y los textos, las características geográficas del área de estudio, ya que las características del paiseje condicionan la ejecución de la prospección.

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Es frecuente no prospectar la zona de estudio en su totalidad. Ello se debe tanto a razones logísticas, por economía de tiempo y recursos, como científicas, por enfocar la investigación en los lugares de interés. Las áreas a prospectar se pueden definir a partir de los propios elementos del paisaje (parcelas, elementos topográficos como cerros o valles, etc.) o en unidades geométricas definidas por el arqueólogo, como cuadrados o rectángulos, estos últimos denominados transectos. La selección de las áreas se puede hacer de diferentes maneras: de forma arbitraria, según decisiones puntuales; de manera sistemática, a partir de criterios preestablecidos (por ejemplo, en función de la visibilidad arqueológica, el tipo de suelos o la distancia a cursos de agua); o de forma aleatoria, seleccionando al azar las áreas a prospectar.

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