La prospección arqueológica de superficie: 2. Trabajo de campo
Una vez planificada la prospección, se sale al campo para su ejecución. Durante esta, se inspecciona el terreno, se efectúan los hallazgos y se registra la información.
La inspección se realiza caminando con calma y observando con atención el suelo. En la medida en que lo permite el terreno, los recorridos se realizan con cierto orden y regularidad, siguiendo un patrón preestablecido.
La forma canónica de inspección, idónea para terrenos llanos y abiertos, es la inspección en paralelo, con los prospectores caminando en línea recta a intervalos regulares. Cada prospector es capaz de inspeccionar una franja de 5 metros de lado, 2,5 metros a derecha e izquierda; por tanto, 5 metros de separación son suficientes para cubrir el 100 % del área a prospectar. Si aumentamos la separación, quedarán franjas sin inspeccionar (por ejemplo, una separación de 10 metros dejará un 50 % del área sin prospectar).
Los hallazgos en superficie son identifcados para su documentación y, en ocasiones, recogida. Una manera útil de facilitar su localización y reconocimiento y localización es su señalización.
La geolocalización de los hallazgos es fundamental para su posterior representación cartográfica. El desarrollo de los sistemas de posicionamiento global (GPS) ha facilitado enormemente esta tarea.
Se registra aquella información de interés para la investigación, tanto relativa a los elementos arqueológicos como a su entorno. Es importante que la documentación sea lo más sistemática posible, mediante el uso de fichas de campo. La información es tanto de tipo textual (tipo de hallazgos, cuenteo, descripción) como gráfica (croquis, fotografías, vídeos).
En algunos casos, se realiza la recogida de materiales, generalmente de aquellos que requieren un estudio más detallado en el laboratorio. No tiene por qué recogerse todo, ya que muchos objetos pueden contabilizarse y describirse en el terreno.